UNA SOLEDAD DIFERENTE
Noté cómo sus ojos estaban perdidos, quizás por una cercana ausencia, o una ausencia simple y particular.
Sus palabras parecían tener un solo camino: expirar en los propios labios sin ser oídas, en el rumor de una noche desierta, en lo vacío del olvido.
Pero era verlo así, sentirlo así y no poder estar allí, porque sin duda no le importaba nada, ni que sus pies sintieran las caricias del viento. Porque ya era tan indiferente, porque sentía cómo la soledad lo embargaba. Una soledad a la cual no pertenecía, en la cual debería de sentirse extraño. Pero la extraña era yo, quien no podía verse reflejada en un espejo o ver su sombra porque el destino así lo quiso o sencillamente fui yo quien lo eligió.
Y la verdad era ésa: ya no era de esta vida, era una extraña más.
SIMPLE
Sus ojos brillaron de repente, mientras el silencio caía ante ellos. La ausencia de palabras parecía hacerse notoria entre ambos, pero la muchacha no las necesitaba para decir lo que tenía ahogado en la garganta, como un nudo gigantesco.
Conteniendo aquel brillo en los ojos le sonrió al muchacho, quien la miraba incrédulo, sin comprender el silencio inquietante que se había apoderado de ellos.
Ella ya lo entendía, o creía entenderlo: más allá de eso comprendía que las palabras no eran ausentes, simplemente no hacían falta.
El muchacho se acercó a ella, buscando algo para evitar ese silencio, aquel absurdo desierto de palabras; pero no lo logró.
Ella seguía sonriendo, mientras la calle solitaria empezaba a vestirse de sombras, de una oscuridad que le permitiría saber, tan sólo, lo simple que era quererlo.
©Mayra Florián
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